En la noche del 8 de febrero de 2000, la tripulación del buque de investigación británico, Royal Research Ship (RRS) Discovery , se preparó para una tormenta.
La velocidad del viento había aumentado durante la noche anterior, creando condiciones que nadie a bordo había experimentado antes, ni querría volver a experimentar.
Desde media tarde del día 8 hasta media mañana del día 9, las olas superaron los 20 m de altura e incluso alcanzaron los 29,1 m, el equivalente a un edificio de diez plantas, con un pico máximo alrededor de la medianoche.
Incluso a 250 kilómetros al oeste de Escocia, en el Atlántico Norte, las condiciones eran anormales.
La tormenta dejó su huella en el buque, en el que viajaban 25 científicos y 22 tripulantes marinos que realizaban el transecto hidrográfico de Ellett Line. Una ventana interior se rompió, debido a que la estructura del barco se flexionó bajo las inmensas fuerzas que soportaba. Un bote salvavidas se soltó y hubo personas que salieron despedidas de sus literas, con hematomas e incluso costillas rotas.
Si no hubiera sido por los esfuerzos y acciones del capitán y la tripulación marina, podría haber sido peor (y sólo más tarde se enteraron de que también habían estado muy cerca de una colisión con un arrastrero, evitada sólo por la vigilancia de la tripulación).
Pero la tormenta también dejó su huella en la ciencia. Las alturas de las olas registradas resultaron ser las más grandes jamás registradas por instrumentos científicos en mar abierto.
Para la ciencia oceánica, esto es importante.
La directora científica del NOC, profesora Penny Holliday. Imagen cortesía del NOC
Es importante conocer y comprender las alturas significativas de las olas, pero, por razones obvias, rara vez se miden in situ y es difícil predecirlas con precisión.
A bordo del RRS Discovery en esa noche oscura se encontraba la directora científica del NOC, la profesora Penny Holliday . En ese momento, Penny estaba realizando su doctorado en la Universidad de Liverpool mientras también trabajaba en el NOC en Southampton.
“Es difícil creer que hayan pasado 25 años desde esa noche”, dice. “Fue horrible. Las olas no se parecían a nada que hubiera visto antes.
“Subíamos por la cara de una ola, luego teníamos que reducir la velocidad del motor para evitar que se sobrecalentara mientras las hélices salían del agua al coronar la ola, antes de correr hacia el siguiente valle, con la esperanza de no seguir bajando.
“Nadie a bordo del Discovery durmió esa noche. A la mayoría de nosotros nos sacaron de nuestras literas sin contemplaciones. Todo lo que no estaba clavado voló por los aires mientras el barco se movía como un juguete en la vorágine, alcanzando su punto máximo alrededor de la medianoche”.
En aquella época, la opinión generalizada sostenía que las olas de esta magnitud eran anomalías raras, las llamadas “olas rebeldes”.
“Pero los datos que recogimos esa noche sugirieron que estas inmensas olas no eran fenómenos extraños”, afirma el profesor Holliday. “Eran parte de un sistema de tormentas que había generado olas que superaban regularmente los 18 m de altura.
“Encontramos evidencia de que esto fue provocado por un efecto de resonancia, donde dos días inusuales de vientos constantes del oeste igualaron la velocidad de las olas, ayudando a impulsarlas hacia picos cada vez más altos”.
Buque de investigación real Discovery. Imagen cortesía de NOC
La investigación surgida esa noche, publicada en Geophysical Research Letters, arrojó luz sobre el fenómeno de la resonancia.
Debido a que la alta velocidad del viento de la tormenta coincidía con la velocidad de las olas, se agregó energía continuamente al sistema.
“Es un poco como empujar un columpio en el momento justo: cada empujón añade más altura”, explica el profesor Holliday. “En este caso, el 'empujón' provino de los vientos incesantes que inyectaron energía en el océano, elevando las olas a niveles sin precedentes”.
Esta idea ha tenido implicaciones para la ingeniería marina. Los barcos y las plataformas marinas suelen estar diseñados para soportar olas de hasta 15 m.
La experiencia –y los datos– del RRS Discovery del 8 de febrero, hace 25 años, obligaron a repensar estas suposiciones, particularmente en regiones como Rockall, donde las condiciones extremas pueden ser más comunes de lo que se creía anteriormente.
Estos datos también siguen siendo unas de las mediciones directas más detalladas de olas extremas jamás registradas.
Hoy en día, los ingenieros y los científicos utilizan modelos avanzados (incluidos los que se basan en nuestro trabajo) para predecir mejor esos fenómenos y prepararse para ellos. Sin embargo, como demostró aquella noche, incluso los mejores modelos pueden subestimar el enorme poder del océano.
“Veinticinco años después, el océano continúa sorprendiéndonos y desafiándonos”, afirma el profesor Holliday. “A medida que nos enfrentamos a un futuro determinado por el cambio climático, comprender los fenómenos meteorológicos y oceánicos extremos se vuelve aún más crucial. El aumento de las temperaturas del mar y los cambios en los patrones de viento podrían provocar tormentas más frecuentes e intensas, lo que hace que nuestro trabajo para predecir y mitigar sus impactos sea aún más urgente”.
*El RRS Discovery de esa expedición, predecesor del actual RRS Discovery, había sido construido en 1962, reacondicionado en 1992 y retirado en 2012. El barco fue reemplazado por el actual RRS Discovery en 2013.
Fuente: NOC
La tripulación después de la tormenta. Imagen cortesía de NOC